Hace unos días supimos del fallecimiento de Ana González de Recabarren, gran luchadora de los derechos humanos, quien partió sin saber el paradero de los suyos - su esposo Manuel, sus hijos Luis Emilio y Manuel Guillermo, y su nuera Nalvia Rosa, embarazada-, que fueron detenidos en el año 1976 por agentes de la Dictadura Militar.
Sí, sabemos que ya está reunida con ellos y deben estar disfrutando la presencia mutua y llenando tanto tiempo de dolor con el gozo de estar juntos. Aquello por lo que tanto luchó, por lo que tantas puertas golpeó, y por lo que su misma salud sufrió, finalmente está teniendo su recompensa. No es que crea que sólo en la vida junto a Dios se nos recompensarán todas nuestras búsquedas. Sólo digo, que al menos ahora, ya los encontró, puede abrazarlos y su corazón está en paz.
Además, estos días hemos visto videos que muestran la inmensa cantidad de personas que la acompañó en sus funerales y cómo el Padre Mariano Puga, junto a su infaltable acordeón, cantaba con los asistentes esa mítica canción “Venceremos”.
Más allá del pensamiento político que podamos tener, esa sola palabra, Venceremos, logra identificar e interpretar lo que tantos hemos buscado y seguiremos buscando: que la justicia triunfe, que la verdad resplandezca y que el respeto a la vida humana prevalezca ante todo.
El nombre de Ana González de Recabarren se une al de tantas otras personas que se han jugado por entero en la defensa y promoción de los derechos humanos.
Este compromiso es el que queremos relevar a 40 años del Simposio en el que la Iglesia Católica, otras iglesias, organismos internacionales y organizaciones humanitarias refrendaron en la Carta de Santiago de Chile, donde expresan que “la Declaración Universal de Derechos Humanos aún se nos ofrece como el ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse” y agregan “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”.
Estamos en un contexto muy distinto a aquel en el que se firmó esta Carta. Es otro Chile, es otro el continente, es otro el mundo. Otras heridas nos recorren, dañan y matan. Algunas de ellas provocadas por la misma Iglesia, que antes se jugó en defensa de la vida.
Sin embargo, no debemos perder la esperanza en la persona humana, y es por ello que, poniendo la mirada en las víctimas de ayer y de hoy, queremos rememorar, actualizar y hacer nuestra una vez más esa Carta.
De esta manera, “llamamos a cada hombre y mujer, para que asuma la defensa y promoción de sus propios derechos y dignidad, considere como deber absoluto el respeto de los derechos ajenos, y sostenga y difunda el contenido de la Carta Internacional de Derechos Humanos”.
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