Jueves 17 de Abril, 2025

Editorial: Jubileo y Trabajo “Desafío de Esperanza”



“El trabajo no es una maldición sino un medio de realización humana.” (San Alberto Hurtado, Patrono VPSC)

Qué gran oportunidad se nos da para reflexionar sobre la realidad del trabajo en torno al Jubileo de losTrabajadores, Empresarios y Gobernantes, que hemos celebrado. Primero porque se enmarca en este Jubileo de la Esperanza que estamos viviendo como Iglesia, el cual proviene de una muy antigua tradición que la encontramos en el libro del Levítico en donde el pueblo de Israel celebraba un año santo, en el cual se dejaba descansar la tierra, donde se dejaba en libertad a los esclavos para que volvieran a sus familias y quienes habían empeñado sus tierras pudieran recuperarlas. En resumen, era un tiempo de Dios, de justicia, equidad y paz. 

Así como el pueblo de Israel buscaba a través del año jubilar sanar la tierra, liberar esclavos, recuperar propiedades, etc. Hoy a través del jubileo podemos hacer lo mismo. Que no sea solo un año de actos litúrgicos de celebrar teoría sin vida, sino un tiempo de alegría donde volvemos a nuestros elementos esenciales en torno al trabajo reflejados en la doctrina social de la Iglesia y que a todos nos dará esperanza como elementos que nos marcan una ruta que no podemos olvidar. Eso nos llevará a caminos de esperanza, donde comenzamos a vivir lo que está escrito y a tener una celebración litúrgica llena de una experiencia de Dios en el mundo del trabajo.

En el contexto de todo lo dicho quisiera presentar cuatro elementos esenciales que la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) resalta al hablar del trabajo y cómo ellos se transforman en motivo de júbilo al ser vividos en el espíritu de un año jubilar al modo que explicaba más arriba al hablar del Levítico. 

El primer motivo de júbilo es que el ser humano es imagen de Dios y está llamado a prolongar, extender y participar activamente en la obra de la creación (Cf. CDSI 256), por ende, nuestro trabajo se hace parte en la transformación del mundo, en la construcción del bien común, de una sociedad más justa y fraterna. El trabajo es así no solo un lugar de una acción personal o familiar, sino que el trabajo de cada uno transforma la realidad, de una u otra manera, y tiene profundas consecuencias sociales. Más aún, quienes miramos la realidad con los ojos de la fe podemos ver en el trabajo digno y decente la obra de Dios que se expande a través de tantos rostros concretos que dedican su tiempo a distintas labores. Aquí cabe la pregunta ¿Para los trabajadores de nuestro país es motivo de júbilo su trabajo? ¿Es hoy nuestro trabajo un espacio de transformación de la realidad? ¿Cómo aportamos desde nuestro lugar de trabajo a la construcción de un mundo más justo? 

Un segundo motivo de júbilo es que el trabajo se transforma para cada uno de nosotros en un lugar de realización personal (Cf. LE 9). Si bien, no es el único, es un espacio significativo de transformación para ésta, en donde se desarrollan intereses, habilidades, sueños, etc. Cuando ello no ocurre el trabajo se puede deshumanizar y llevarnos a distintos niveles de frustración personal. Por ello el trabajo no puede ser considerado una acción más dentro de las que hacemos en la semana, ya que para muchos nos ocupa por lo bajo 40 horas semanales, sin considerar traslados, donde se deja de compartir quienes muchas veces son nuestra razón para estar trabajando. Por eso preguntémonos ¿es nuestro lugar de trabajo un espacio de realización personal? De no ser así ¿qué está en mis manos para mejorar ese espacio? Por último ¿cómo sería mi lugar de trabajo ideal?

Un tercer elemento de júbilo es que la centralidad del trabajo siempre debe estar puesta en la persona, ya que el trabajo tiene dignidad propia que la pone por sobre el capital y estructuras económicas (cf. LE 12). En este contexto me parece fundamental citar al Concilio Vaticano II cuando dice que: “La economía debe estar al servicio del hombre y no al revés. Porque el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social” (GS 64). Creo que no hay que tener miedo a las preguntas difíciles, ya que éstas nos pueden sacar de algunos vicios o estancamientos, es por eso que hoy también tenemos que preguntarnos si estamos colocando en todo nuestro quehacer a la persona por sobre muchas otras cosas como metas, presupuesto, estructuras, etc. las cuales no dejan de ser importantes para la misión y que son parte de nuestro quehacer, pero que no son el centro. 

El cuarto elemento de júbilo debiese ser la remuneración como instrumento para lograr justicia en las relaciones laborales (CDSI 302).  Este es un punto que a muchos no les gusta hablar y que se prefiere muchas veces evitar, pero esa actitud sería negar lo que nosotros mismo profesamos y que San Juan XXIII, el Papa Bueno, decía en su Encíclica Mater Magistra “los trabajadores cobren un salario cuyo importe les permita mantener un nivel de vida verdaderamente humano y hacer frente con dignidad a sus obligaciones familiares” (71b). Pero el Papa Bueno era muy consciente que al hablar de remuneración se debe además tener en cuenta “la efectiva aportación de cada trabajador a la producción económica; segundo, la situación financiera de la empresa en que se trabaja; tercero, las exigencias del bien común respecto a la actividad política… por último, las exigencias del bien común universal”.

Muchos podrían decir, al leer esta editorial, que se está hablando de un ideal que muchas veces no se cumple en nuestra realidad todo lo que aquí se plantea, donde las remuneraciones nos obligan a buscar formas complementarias de sustento para llegar a fin de mes, donde a veces pareciera estar la empresa y sus metas por sobre el bien y la dignidad de la persona, por más noble que sea el fin de la empresa. Es por eso que hoy me atrevo a decir que el júbilo también se construye con esfuerzo, ya que si uno ve la historia de los beneficios que hoy tienen los trabajadores no vinieron por las empresas o los grandes capitales, sino que vinieron del grito del pueblo sufriente como el de Israel en Egipto (Cf. Ex..) y en respuesta a estos gritos Dios envía a un intercesor, Moisés, con lo cual quiero decir, que Dios utiliza mediadores guiados por él para llevar a la tierra prometida. Es así, que todo lo que hoy está lejos del ideal que nos plantea la Doctrina Social de la Iglesia es a la vez un grito que debemos levantar, denunciando de manera profética las injusticias y todo lo deshumanice y vaya en contra de la dignidad de cualquier persona, esto es parte de uno de nuestros valores institucionales, porque es parte de la misión de Cristo que quiere transformar nuestra vida en Buena Noticia. Pero lo planteado no es solo un grito, sino especialmente para nosotros es una llamada, un desafío en donde tenemos que trabajar en construir como parte de la sociedad civil un país más justo donde a nadie le falta un trabajo digno y decente. En definitiva, la esperanza no viene de un acto mágico en donde Dios de la nada cambiará todo, la esperanza surge de una participación protagónica de todo el Pueblo de Dios en la misión de Jesús. Estos últimos años, en el Centro de Referencia Santa Mónica, he visto como la falta de trabajo para tantas personas con necesidad de protección internacional no permiten procesos de integración local, donde los abusos laborales hacen que muchos corran riesgo de no tener alimento y techo para sus familias, donde se deben aceptar condiciones indignas por ingresos irrisorios, etc. Son en estas y en muchas otras situaciones donde debemos levantar la voz por lo que hoy no tienen voz, debemos trabajar para ser un aporte en procesos que lleven a cambiar esta realidad.

Quiero concluir diciendo que la esperanza no nos habla de algo ya cumplido, sino que nos habla de algo que se cumplirá. La esperanza, así entendida, nunca nos debiese dejar estáticos, sino como somos parte activa en esa promesa de cumplimiento, siempre nos llevará a estar en movimiento, mirando los signos de los tiempos para discernir lo que hoy van contra lo que hoy les planteo y lo que ayuda a la concreción de esta esperanza. Es así que toda esperanza, fundada en el cimiento correcto, se transforma en tiempo de júbilo, sin negar las dificultades, porque la esperanza no defrauda porque Cristo no defrauda.

Jorge Martínez
Director Desarrollo
Vicaría Pastoral Social Caritas


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