El año 2018 comenzaba así mis palabras sobre el Mes de la Solidaridad: “Quisiera que el contexto que rodea esta celebración fuera distinto al que enfrentamos. Quisiera que fuera uno en el que todos y todas pudiéramos estar entregados a nuestras labores diarias con alegría, tranquilidad, sabiendo que de ese modo contribuimos al bienestar de nuestras familias y al desarrollo del país.
Quisiera que fuera uno que nos hablara de una nación que camina por sendas de justicia, de integración, de inclusión.
Quisiera que fuera uno en que estamos siendo capaces de acoger a toda persona que ha debido dejar su tierra para buscar en la nuestra un espacio, un lugar donde asentarse con su familia y soñar con un futuro mejor.
Quisiera… ¡quisiera tantas cosas!”.
Las leo y me hacen el mismo sentido del año pasado. Al igual que hace un año continuamos “en un contexto de mucho dolor porque no dejamos de enterarnos de más y más casos de personas que han sido abusadas o vulneradas en su integridad, en su intimidad, por otras, sean cercanas o no.
Pero donde los abusos cometidos por consagrados son los que más nos duelen, justamente porque ellos estaban llamados a mostrar la compasión, acogida y misericordia del Señor por cada persona, y lo que terminan haciendo es algo que niega absolutamente ese amor, causando una herida tan honda que es muy difícil de sanar”.
La realidad de nuestra Iglesia y de nuestro país no ha cambiado mucho en el último año. Como Iglesia seguimos inmersos en una crisis que aún nos supera.
Hemos dado algunos pasos, se han tomado algunas decisiones, pero sin duda, es una crisis que nos supera, y nos seguirá superando mientras no nos cuestionemos, como señala José Andrés Murillo, la raíz que origina todo abuso: “Se requiere no solamente de protocolos, no solamente de mejorar las medidas de ingreso o de formación… hay una necesidad de cuestionar las estructuras de poder desde el comienzo, desde lo más profundo de la Iglesia” (Revista Encuentro Julio 2019, pg. 7).
La solidaridad es renunciar a todo poder o, tal vez, transformar ese poder en horizontalidad plena con la vida de quienes nos rodean, permitiendo que su realidad nos golpee, nos mueva, nos llame.
Esa misma necesidad se nos plantea como país. Hay muchas preguntas que hoy se nos presentan en muchos aspectos de la vida social.
Sin embargo, hay una que se nos presenta con más fuerza en estos días ¿somos capaces de abrir nuestras puertas para acoger a quien llega a golpear pidiendo un espacio, una oportunidad?
¿Somos capaces de acoger a quienes migran y quieren vivir en nuestro país?
No es una pregunta solamente para el Estado o gobierno de turno. Es una pregunta para todos nosotros.
El gobierno de turno será capaz de flexibilizar las medidas de ingreso y residencia, solo en la medida que nosotros como ciudadanos colaboremos para que todas estas personas sí puedan instalarse en medio nuestro, encontrando vivienda, abrigo y trabajo.
Porque finalmente las acciones de gobierno son reflejo de los deseos de los ciudadanos, puesto que cuando queremos ser oídos, cuando queremos que se concrete algo, buscamos la manera de hacerlo sentir. Y acá, en materia migratoria, no hemos cumplido aquello de “y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero”.
Más allá de las preguntas, más allá de las deudas que nos desafían, también es cierto que hemos salido en ayuda ante las necesidades de tantos y tantas. Por eso, al iniciar el Mes de la Solidaridad, hemos querido dar las #Gracias, porque tú haces la diferencia.
Tú haces y marcas la diferencia entre seguir tu camino sin importar la situación en que esté tu hermano y hermana, o detenerte y hacerla parte de tu vida.
Tú haces y marcas la diferencia entre la indolencia y la sensibilidad, entre la indiferencia y el afectarse.
Tú puedes hacer que nuestro país sea más humano.
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