Este periodo de pandemia es un tiempo de reconversión. Aquello que nos parecía tan básico y cotidiano, como un abrazo, esbozar una sonrisa, o compartir la mesa, es hoy una añoranza que hace replantearnos las que considerábamos necesidades elementales, y sin duda el sentido y alcance de nuestro trabajo.
Lo esencial del acompañamiento a niños/as, familias y mujeres privadas de libertad, radica en el encontrarnos y vincularnos, en rearmar historias que fueron fracturadas por los efectos de la cárcel, la pobreza y la vulnerabilidad, empapadas de un profundo compromiso y amor por el quehacer.
Ese compromiso, que traspasa los estándares de eficiencia y de calidad; de cumplimiento de metas y de alcanzar coberturas, es, en parte, lo que ha mantenido la fortaleza de un equipo de trabajo que ha debido lidiar, no sólo con sus propias preocupaciones familiares, laborales y personales, sino también con la incertidumbre y la precariedad que acecha a nuestros interlocutores. Ellos no sólo han visto amenazada su salud, su fuente de trabajo y su vida, sino que han debido adaptarse a normativas sanitarias que no consideran variables de marginalidad, como el hacinamiento, la violencia intrafamiliar, la falta de alimentación y de atención médica oportuna.
Encarar estas necesidades, e intentar acoger y dar respuestas oportunas, ha sido una profunda prueba de ética y amor al prójimo para el equipo de intervención, y también favorecieron el surgimiento de una “creatividad del amor” nunca antes vista, que parecía buscar algo imposible; abrazarnos en la distancia.
El despliegue de la creatividad técnica, y la adaptación oportuna de metodologías y lineamientos, ha sido clave para mantener la calidad y calidez en el acompañamiento. No ha sido fácil, tuvimos que transformarnos en expertas en tecnología y telecomunicaciones, relacionadoras públicas, escritoras y publicistas. Pero como la Parábola del Sembrador, las semillas esparcidas en tierra fértil dieron sus frutos: cuentos ilustrativos, plantillas de trabajo, videos temáticos, concursos de dibujo, video llamadas en los penales, nada ha quedado fuera en un proceso lleno de recursos que parecían insospechados. La pantalla del computador y del teléfono, se convierten hoy en nuevas puertas y ventanas plagadas de oportunidades de encuentro y aprendizaje, conmemorando el reflejo de un amor fraterno que sabe esperar.
Nuestros interlocutores nos han enseñado a darle un nuevo sentido a la comunidad, al encuentro y al vínculo. Podemos encontrarnos con el corazón y el espíritu, lo que nos recuerda la omnipresencia del amor y la trascendencia de los valores esenciales de la comunidad como lo son la unión fraterna y la justicia. Esta nueva forma de congregarnos, debe ser fundamental en la labor de denuncia que nos constriñe el evangelio, lo cual es también un profundo gesto de amor y justicia, hacia tantos hermanos y hermanas sumidos en la precariedad y la exclusión.
La Pandemia, ha develado con crudeza la invisible realidad de millones de familias que realizan trabajos precarios e informales; las condiciones habitacionales de hacinamiento y pobreza invisible; la marginalidad de las cárceles que carecen de mínimas condiciones de salubridad, el amordazamiento social de grupos invisibilizados en demandas de justicia y dignidad.
En este tiempo, la pérdida de la libertad de desplazamiento y la imposibilidad de ver a nuestros seres queridos, nos acerca a la realidad que viven miles de privados y privadas de libertad alejados de sus familias. Espero que ahora todos podemos asegurar, que el encuentro, el abrazo y el vínculo con el otro, es dignidad, algo que a nadie se le puede arrebatar.
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