Volver al Centro: Cimentar lo que viene, al estilo de Jesús

El tiempo que vivimos no es uno más. Este año 2025 será un punto de inflexión en nuestra historia institucional. Lo sabemos, lo hemos conversado, lo hemos orado: estamos entrando en una etapa de definiciones que marcarán el rostro y el camino de nuestra misión en los años que vienen.

Pero este proceso no comenzó ahora. Ha sido fruto de discernimientos, de búsquedas sinceras, de conversaciones esperanzadoras y de mucha oración. Desde el año pasado hemos asumido con responsabilidad el desafío de proyectarnos como institución en un escenario cambiante. El contexto eclesial y social nos ha exigido detenernos, revisar, soltar y volver a elegir.

Y en ese proceso, no queremos perder lo más importante: nuestra identidad.

En el último Encuentro de Casa, dijimos con claridad que este no es tiempo de construir estructuras por construir, ni de buscar soluciones técnicas sin alma. Antes que hablar de figuras jurídicas, estamos llamados a edificar sobre bases firmes: nuestra espiritualidad, nuestra forma de relacionarnos, nuestros principios, nuestro modo de ser Iglesia en lo social.

Y es aquí donde encontramos una clave que no es solo teórica ni simbólica: construir al estilo de Jesús.

Construir al estilo de Jesús implica adoptar un modo de actuar profundamente humano, sereno y transformador. Jesús organizó desde el encuentro y la cercanía; sostuvo los vínculos desde el servicio, y condujo con fidelidad al Reino. Su centro fueron siempre las personas, especialmente aquellas que el mundo no veía: los pequeños, los últimos, los que sufrían. Este estilo no es simplemente un ideal inspirador; es un criterio operativo, que puede orientar nuestras decisiones, nuestras estructuras y nuestras formas concretas de trabajar y conducir en este tiempo de definiciones. Y si hoy queremos ser fieles, también nosotros debemos elegir ese estilo.

El estilo de Jesús es una forma de mirar, de escuchar y de decidir. Es una forma de acompañar los conflictos, de interpretar los procesos. Es una manera de ejercer la autoridad que no se basa en controlar, sino en cuidar; que no impone, sino que convoca; que no separa lo pastoral de lo administrativo, sino que los une en una visión integral al servicio del Evangelio.

Eso es lo que queremos custodiar en este año clave: cimentar una institucionalidad nueva sin perder el alma. Hacer las transformaciones necesarias, sí, pero desde dentro. Desde lo aprendido con tantos rostros, territorios y comunidades que han dado sentido a nuestra misión a lo largo de los años.

Y esto nos exige más que buena voluntad: nos llama a un compromiso real, a una fe profunda y a una humildad activa. Porque hay una tarea que es técnica —y debemos hacerla bien—, pero hay otra que es espiritual: discernir cómo nos vinculamos, cómo construimos confianza, cómo decidimos lo que verdaderamente importa.

No buscamos estructuras vacías ni discursos bien armados que no se encarnan. Queremos una casa común que sea espacio de servicio, de comunión, de ternura y de misión compartida. Una Vicaría que no se divide entre lo social y lo pastoral, entre lo territorial y lo técnico, entre lo comunitario y lo administrativo, sino que se reconoce como una sola misión con muchas expresiones, todas enraizadas en el seguimiento de Jesús en medio del mundo.

Por eso, en este Jubileo de la Esperanza, nuestro mayor acto de fe no será esperar que todo se resuelva “desde arriba”, sino ponernos manos a la obra desde donde estamos: construir desde abajo, desde lo cotidiano, desde la forma en que escuchamos, servimos, colaboramos y trabajamos juntos.

Así como Jesús no comenzó con planos, sino con personas… también nosotros partiremos por ahí. Porque si las bases son sólidas y están hechas con amor, todo lo que construyamos encima resistirá, dará fruto, y sostendrá con esperanza lo que viene.

Este es el tiempo. Esta es la invitación. Volvamos al centro y construyamos al estilo de Jesús.